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Fue en un “workshop” organizado por el Centro Cultural San Martín, cuando esta famosa cantante de jazz visitó Buenos Aires a mediados de los ’80. Con profundo conocimiento de su oficio y una humildad poco frecuente, durante casi dos horas Betty Carter nos maravilló con su voz, su talento, su sabiduría, su fino sentido del humor y una serie de jugosísimas anécdotas, producto de cuarenta años de cantar junto a los más prestigiosos músicos del género.

Cuando se acercaba el final del encuentro nos echó una mirada pícara y desafiante y preguntó: “Bueno…pero qué hay de la música de ustedes?… quién quiere mostrarme algo de lo que ustedes hacen y permitirme jugar con eso?”…Silencio mortal. Mi marido, que estaba sentado a mi lado, me miró con un gesto inconfundible, que por supuesto yo traté de ignorar. Después vino el empujón y como salí disparada de mi butaca ya no tuve más remedio que vencer la timidez y subirme al escenario.

Un guitarrista amigo, el amable Laureano Fernández, se ofreció a sacarme del apuro y en mi pobre inglés le dije a la Betty: “Esto se llama “La última curda” y me encantaría cantarla con vos”. Al minuto siguiente estábamos improvisando una versión tango-scat en la que nos sumergimos como en un viaje íntimo, vertiginoso,del que sólo logró arrancarnos el aplauso final. Nosotras nos abrazamos, felices y emocionadas, sin necesidad de palabras. El misterio del arte había hecho su magia una vez más.